La tricotilomanía se define como el hábito compulsivo de estirarse y arrancarse el pelo. De hecho, el DSM-IV lo considera un trastorno del control de impulsos y define unos criterios para su diagnóstico.
Se trata de un cuadro frecuente, sobretodo en niños y jóvenes, que habitualmente provoca un cuadro de alopecia no cicatricial. Clínicamente se presenta en forma de placas alopécicas habitualmente únicas, mal definidas o abigarradas. Se localiza principalmente en el cuero cabelludo (sobre todo en niños), aunque puede aparecer en cualquier localización y no es infrecuente la afectación de cejas, pestañas o pelo del cuerpo.
Aunque en algunos casos el diagnóstico es sencillo, ya que es el propio paciente o familiares quienes reconocen el hábito, no siempre es así. De hecho, aunque este hábito puede representar un cierto placer en algunos pacientes, otros niegan el impulso o ni siquiera son conscientes de ello. Su principal diagnóstico diferencial es la alopecia areata, y deberemos realizar un minucioso examen clínico y tricoscópico para diferenciarlas. La presencia de un test de tracción negativo es un factor clave. Otro diagnóstico diferencial que debemos tener en cuenta (principalmente en niños) es la tiña capitis.
Se han descrito numerosos signos tricoscópicos asociados a la tricotilomania. Lo más característica es la presencia de pelos rotos a diferentes niveles y microhemorragia folicular sin signos inflamatorios. Estos hallazgos se pueden acompañar de vellos en crecimiento, pelos enroscados, puntos negros, pelos en V, tricoptilosis (puntas abiertas) y pelos en llama entre otros hallazgos.
Aunque raramente es necesario, en casos difíciles, se puede recurrir al estudio histopatológico mediante biopsia de la zona afectada. En este, lo más característico es la presencia de folículos vacíos sin infiltrado inflamatorio y presencia hemorragia intraepitelial/intrafolicular.
El tratamiento de la tricotilomanía se basa principalmente en reconocer y evitar el hábito compulsivo. Para ello, lo más eficaz es la psicoterapia cognitivo-conductual. Una opción que ha demostrado su utilidad en este cuadro es la N-Acetil-Cisteína, que representa un eficaz y seguro escalón previo a fármacos más agresivos. En casos más refractarios, se pueden también valorar psicofármacos como antidepresivos o antipsicóticos a dosis bajas.
El pronóstico del cuadro depende en gran medida de la edad y contexto clínico del paciente. En niños, la tricotilomanía suele ser un hábito temporal de buen pronóstico. Sin embargo, en adultos puede ser más complejo. En estos casos es más frecuente en mujeres y, típicamente, se relaciona con otras alteraciones psiquiátricas subyacentes. Por ello, en estos casos suele presentar un curso crónico y recurrente, con brotes coincidiendo con épocas de mayor estrés, que requieren tratamientos más agresivos. En un pequeño porcentaje de pacientes este trastorno se asocia también a tricofagia (comerse los cabellos arrancados) lo que, en casos graves, puede desarrollar un tricobezoar y potenciales complicaciones de gravedad.
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